Me interesa la dinámica que se genera cuando uno desea algo y sabe, al mismo tiempo, que no lo necesita o que no lo puede poseer. Cuando ese deseo se convierte en un capricho.
La publicidad funciona siguiendo esta lógica. Aunque podamos prescindir de la mayoría de los productos que se venden en el mercado, la publicidad genera en el que observa la necesidad de poseer objetos innecesarios. Lo mismo ocurre con las personas respecto a la atracción y hay quienes, por tornarse imposibles se hacen más deseables.
Muchas veces sucumbimos a los encantos de los anuncios publicitarios y, si nos es posible, terminamos por adquirir toda clase de objetos que, con el tiempo y el buen uso, se tornan viejos y desgastados.
Pero mis frutas no han sido mordidas. Recubiertas por una gruesa capa de cuentas de plástico, se van pudriendo sin ser consumidas. Sufren el cambio lento e implacable del tiempo. Representan todo aquello que alguna vez estuvo a punto de concretarse que se ha vuelto imposible por algún motivo, esa necesidad de sujetar aquello que cada día se vuelve más distante y borroso con la lejanía, aquello que no se puede poseer ni controlar. Esa misma transformación que, de manera imperceptible, afecta a todo lo que uno quiere y atesora.
Las frutas que decoro simulan piezas de joyería. Quizás lo son. Sin embargo, a diferencia de los originales, el tiempo aún las transforma bajo esa capa protectora de supuestos brillantes.
Las joyas como simbolo de riqueza material se relacionan con la vanidad y el estatus social. Por otra parte, en la mayoría de las tradiciones también significan verdades espirituales y símbolos de saber superior. En los tesoros custodiados por dragones, el heroe debe superar una serie de penalidades y trabajos para llegar a la caverna repleta de oro y riquezas, esta lucha le permite alcanzar un saber que tiene que ver con la suma de experiencias y conocimientos ligados a lo vivencial y evolutivo.
Mi primer fruta fue un experimento. O un gesto de superstición. Este amuleto fue el encargado de albergar mi deseo y asi desligarme de su influencia desentendiendome de él. Un objeto poseído y observado desde la distancia. La resignación de mis pretensiones en su simbolización. La lenta desintegración de eso que fuera valioso y la aceptación de lo que es y será.
Tomé una manzana, uno de los componentes clásicos de la naturaleza muerta y comencé a cubrir su superficie con diamantes de plástico comprados en Once, que fui pegando uno por uno. En el frente, a modo de desquite pero también de busqueda, le hice un agujero hasta llegar a su corazón de semillas.Las primeras semanas mi manzana empezó a contraerse. El agujero se fue cerrando como la boca de una mujer vieja, la piel se arrugó y se oscureció. La pulpa empezó a oler mal y a perder su textura. Le saqué unas fotos. La ubiqué bajo el sol para que el almibar que le salía por debajo se fuera secando. En un primer momento esto resultó bueno pero, con los dias, se llenó de polvo y empezó a perder algunas gemas. Las volví a pegar con un pegamento nuevo. La trama original habia quedado descentrada. Finalmente decidí dejarla tranquila, no tocarla. Mientras tanto se le fueron cayendo otras piezas y el interior quedó completamente oscuro. Apareció una mosca gorda y negra que sobrevolaba no ya sobre la joya sino sobre una cáscara opaca. La misma manzana ya sin brillo ni sorpresa que había perdido toda su frescura.
La decadencia de todo aquello que uno quiere es la etapa más temida. Y revertirlo esta fuera de nuestro alcance. Simplemente porque desafia todas las leyes de la naturaleza. Todo indicio de agotamiento, de senilidad y de fatiga producto de la disolución y la descomposición de la forma, su olor y color, provoca una reacción de disgusto seguida por angustia y cierta repulsión. Por eso lo nuevo, lo lindo y lo agradable es lo que vende y lo que uno compra con absoluta convicción.
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